Manuel Ríos San Martín

guionista / director cine-tv / productor ejecutivo

Manuel Ríos San Martín

guionista / director cine-tv / productor ejecutivo

Blog sobre mis 27 años en la profesión

Motivos para el Blog:

El 12 de enero del 94, se emitió en televisión el primer capítulo de una serie escrita por mí. Se puede decir que fueron mis inicios como guionista. Justo ahora llevo 27 años como guionista de series de tv y cine. Puedes leer mi blog sobre mi experiencia escribiendo y dirigiendo series pinchando en estas líneas. Ver todas las entradas

Noticias

  • Termina el rodaje de La Huella del Mal

    Termina el rodaje de La Huella del Mal

    El lunes 19 de agosto dio comienzo el rodaje de LA HUELLA DEL MAL en el mágico entorno del Yacimiento Arqueológico de la Sierra de Atapuerca que, por vez primera en la historia, permitió que se rodara una película en sus localizaciones.

  • LA HUELLA DEL MAL: COMIENZA EL RODAJE

    LA HUELLA DEL MAL: COMIENZA EL RODAJE

    Manuel Ríos San Martín rueda en Atapuerca la adaptación cinematográfica de su novela
  • Comienza la cuenta atrás

    El equipo de LA HUELLA DEL MAL se reúne, por vez primera, para la lectura de guión

  • La huella del mal al cine

    La huella del mal al cine

     

    La novela “La huella del mal“, de Manuel Ríos San Martín, será adaptada al cine con producción de La Charito Films (“La estrella azul”) y con dirección del propio autor.

NO, AL COMBO, NO (RESCATANDO A SARA)

NO, AL COMBO, NO (RESCATANDO A SARA)

Hace cuatro meses me di cuenta de que el 12 de enero de 2014 se iban a cumplir 20 años de la emisión del primer capítulo que escribí como guionista profesional: Colegio Mayor para Telemadrid; un proyecto de ficción sobre el que ya trató un artículo de este blog. Hoy escribo la sexta entrada y es un buen momento para hacer balance de mi vida profesional. Ahora sí son justo 20 años, de los cuales, 3 han sido de free lance, durante otros 10 he estado vinculado a Globomedia y 7 a BocaBoca. En este tiempo, ha habido multitud de aspectos positivos y también alguno que no lo ha sido tanto. De todos he aprendido; he encontrado muy buenos profesionales, he hecho amigos que todavía conservo y he participado en más de 300 horas de ficción como guionista, director o productor ejecutivo. En la mayoría de las series he podido participar en todo el proceso creativo; desde la idea hasta la emisión.

En estos días he dejado BocaBoca, donde hasta ahora he sido director de ficción. De esta etapa todavía me queda por estrenar Rescatando a Sara para Antena 3. El capítulo 2 de esta serie probablemente sea el trabajo de toda mi carrera del que estoy más contento; el más difícil. Dirigir una miniserie que se desarrollara en Iraq sin tener la opción de ir a ese país constituyó un verdadero reto y estoy muy satisfecho con nivel de producción alcanzado. Durante el rodaje escribí un diario que podéis encontrar en esta web:
 
 
Esperemos que se emita pronto porque, además, es un proyecto muy comercial; con Carmen Machi en su primer papel dramático para televisión. Fue un placer trabajar con ella y con el resto del reparto. Merecen también una especial mención Fernando Guillén Cuervo, los actores árabes en su conjunto y la niña Sandra Melero que, siendo su primer trabajo profesional, representa un personaje muy complicado.

Fueron cinco semanas y media muy exigentes, durante las cuales tuvimos que reproducir Iraq en España: en Madrid, en Granada y en Almería. Comprobar cómo quedaron los juzgados de Basora, el barrio árabe o el desierto hace que me sienta orgulloso del equipo técnico que tuve. Era difícil encontrar una autopista de arena en la península y lo conseguimos. Quizá la única que existe: una pista de arcilla de 11 kilómetros que sirve para realizar pruebas de neumáticos. Hay un post sobre eso.

En el diario al que me he referido antes ha faltado durante muchos meses una entrada: la del último día. Hasta hoy no la había escrito porque no quería que marcara el recuerdo. Una situación difícil no puede enturbiar un rodaje tan emocionante e intenso como fue el de Rescatando a Sara. Pasamos una semana en Almería. Desde el inicio, la situación fue incómoda. Teníamos que montar un mercado con más de cien figurantes y la selección fue espinosa, porque los vecinos del distrito no entendían por qué no se daba trabajo a españoles. Pero la fisonomía de los figurantes debía ser árabe; aquello era Basora. Al final, la secuencia quedó muy bien, aunque nos costó controlar a la gente. En más de una ocasión, nuestra directora de arte, Juana Mula, tuvo que evitar que los niños nos robasen los melones de atrezzo. Cuando ya estábamos terminando la jornada, detuvo a dos chavales que corrían con la fruta: «¿Habéis pedido permiso para llevaros eso?». «No». Le contestaron, dejándolos en el suelo acobardados. Al verlos, Juana les propuso con una mirada cómplice: «Si pedís permiso os los podéis llevar». Y se los llevaron, claro.

La cosa no pasó a mayores hasta que el último día llegamos a una zona de El Puche, una barriada marginal en la que habitan un 70 % de gitanos y un 30% de árabes. Nos advirtieron que era un lugar conflictivo, de venta de droga. Pero resultaba perfecto para lo que buscábamos: casas bajas y blancas con aspecto de ciudad iraquí, techos planos... Juana y su equipo se pasaron tres días ambientándolo con rótulos escritos en árabe, carteles de Sadam Husein, derribos... Realmente parecía Basora. Alquilamos un pequeño local donde metimos el material y montamos el puesto del director, habitualmente llamado combo, donde hay varios monitores para ver las imágenes que graban las cámaras; en él se reúnen también el jefe de sonido, la script, el jefe técnico...
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El equipo de arte encabezado por Juana Mula al completo con Miguel, uno de los jefes del barrio, y conmigo.
Estuvimos allí una jornada que transcurrió con pequeños incidentes de los que no éramos demasiado conscientes porque no nos afectaban; fundamentalmente, peleas entre bandas en las calles adyacentes. El equipo de arte presenció una de esas trifulcas que resultó bastante insólita: un árabe intentaba retrasar el rodaje a ver si así conseguía que producción le pagase algo de dinero. Un español, en cuya puerta teníamos que grabar, se le enfrentó. La tensión fue aumentando hasta que el árabe cogió una piedra grande y se la arrojó, con tan mala fortuna para uno y tan buena para el otro que la piedra que le lanzó era de atrezzo y no pesaba. Era de cartón, pero daba el pego. El gitano que recibió la falsa pedrada se cabreó y el asunto se resolvió a navajazos. Tuvo que venir una ambulancia para llevarse al magrebí, que volvió unas horas después con puntos de sutura. Por fortuna, la visita al hospital no conllevó excesiva gravedad.
 
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Una vista panorámica del barrio en el que rodamos.
 
Hasta que anocheció. Nos quedaba la última secuencia con la que se acababa definitivamente el rodaje: diez soldados se bajaban de unos vehículos 4x4 y tenían que recorrer las casas buscando terroristas. Yo le había pedido a Cuco Segura, nuestro director de fotografía, que iluminara la calle dejando grandes zonas a oscuras. El alumbrado tenía que ser escaso pero suficiente. Y así se hizo; daba la sensación de ser una ciudad en guerra, con los falsos derribos, los callejones estrechos, los carteles de Sadam Husein, los miembros del ejército recorriendo las calles y la iluminación de claroscuros. Hicimos un par de ensayos que supervisamos desde el tejado de una de las casas. Impresionaba. Parecía una superproducción estadounidense. Durante el último, observamos cómo, en un callejón lateral, se originaba un incidente entre dos gitanos y un árabe. Empujones, puñetazos. Poco a poco iban acercándose. Nosotros estábamos listos para rodar y parte del grupo entró en el combo para seguir desde allí las imágenes. No nos dio tiempo a cantar «¡acción!».
 
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Esta era la sala donde estaba el combo (monitores donde se puede seguir en directo lo que ruedan las cámaras).
Yo estaba todavía fuera, justo en la puerta, comentando algunos detalles con Víctor Picatoste, la persona que llevaba el making of. En eso, el trío que se peleaba llegó a nuestra calle entre insultos y golpes. Los encargados de la seguridad intervinieron separándolos. Entonces, viéndose libre de sus atacantes, al árabe no se le ocurrió otra cosa que esconderse en el lugar donde habíamos instalado el combo. Recuerdo que alguien gritó: «¡No, al combo, no!». Demasiado tarde. Medio poblado, al darse cuenta de que había entrado en el local, pensó que no tenía escapatoria y, en cuestión de décimas de segundo, más de treinta personas se metieron detrás de él. A pesar de interponerse la seguridad del barrio no pudo detenerlos. Tengo la imagen de un embudo humano entrando por aquella portezuela. No vi lo que pasó dentro, pero me lo contaron después. En el interior estaban varios técnicos: Cristian, de sonido, Gorka, personal de maquillaje y peluquería y algunos actores. Pablo, el primer ayudante de dirección, entró detrás de la muchedumbre y se encontró con un chico que levantaba un enorme trípode con el que pretendía golpear al árabe. Por suerte consiguió detenerlo. La sala estaba llena de tecnología realmente cara. Aprovechando la confusión, Hwidar, uno de los actores, consiguió esconder al perseguido en el cuarto de baño y dijo que había salido por la puerta de atrás. La gente no terminaba de creerle pero tampoco lo encontraban. Entonces ocurrió algo que creo que salvó la vida de ese chaval. Habíamos contratado a tres porteros de discoteca para interpretar en otra secuencia a unos mercenarios ingleses. Eran unos armarios roperos de dos metros de alto y casi lo mismo de espalda. Entraron en la sala del combo y, con mucha serenidad y firmeza, empezaron a sacar de allí a todo el mundo. Lo hicieron realmente genial. Muchas veces se critica a los porteros de discoteca por ser violentos. Estos fueron unos profesionales, controlando a la muchedumbre sin levantar la voz y sin fomentar la agresividad. En menos de cinco minutos desalojaron el local y sacaron al chaval sin que se diesen cuenta sus perseguidores.
 
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Los mercenarios en la ficción, los mismos que consiguieron poner un poco de orden en el caos.
Una vez solucionada esta pelea, pensamos que podríamos volver a grabar. Entramos al combo. No había desperfectos, tan sólo el susto. Fuera, los incidentes se reprodujeron. Los ánimos estaban soliviantados y no había manera de calmar al barrio. Aprovechando la oscuridad de la noche comenzaron nuevas carreras y agresiones. Un tipo había sacado un sable y corría por la calle persiguiendo no sé muy bien a quién. En vista de que la seguridad que habíamos contratado no lograba hacerse con el control, decidimos llamar a la policía. No podíamos irnos sin más, había mucho material desplegado que valía miles de euros y recogerlo suponía más de una hora de trabajo. En pocos minutos llegaron treinta antidisturbios. La verdad es que imponían. Nos preguntaron qué calles necesitábamos y se comprometieron a crear un perímetro de seguridad para que pudiésemos seguir trabajando. Ante la nueva situación, el equipo se reunió y se decidió no continuar. Yo habría terminado la secuencia y algunos otros también, pero entiendo que el susto había sido grande y era difícil trabajar en esas condiciones. Se optó por recoger y lo aceptamos.

Al bajar a Daza, uno de los eléctricos, de la tijera de iluminación de 10 metros, nos contó que, desde arriba, se veían otras peleas en las calles cercanas. Las personas que no eran indispensables se fueron yendo al hotel y nos quedamos algunos de dirección y de producción con los eléctricos y el equipo de cámara, que eran los que tenían más material que recoger. Se tardó algo más de una hora en tener cargados los camiones. Entonces pudimos marcharnos. Y ya no sucedió nada más. Al llegar de madrugada al hotel nos enteramos de que a una persona de producción le habían sacado una pistola y se la habían puesto en el pecho en el momento de más tensión. Por lo visto le dijeron: «Si pasa algo, te disparo». ¿Cómo si pasa algo?, ¿qué más podía pasar?, pensó él, si aquello era una pelea de todos contra todos.

La fiesta de final de rodaje no fue precisamente una juerga, aunque vino bien para hablar sobre el incidente y desahogarse. A mí me dio pena que no se acabase lo que quedaba porque tenía una pinta estupenda, pero, sobre todo, porque no quería que este fuera el recuerdo que permaneciese. Viéndolo con la perspectiva del tiempo, creo que es injusto quedarse con mal sabor de boca; hicimos un gran esfuerzo con un magnífico resultado que se verá pronto en Antena 3, y la aventura de Almería acabó sin heridos en nuestras filas aunque con un buen susto en el cuerpo.

Los jefes de equipo habíamos ido a localizar, habíamos visto que la zona era complicada y habíamos dado el visto bueno a ese lugar sabiendo que podría resultar peligroso. A priori, la opción de contar con seguridad privada del barrio parecía la más acertada y por eso se eligió. La policía no ofrecía la posibilidad de contratarlos para estar allí el día completo y, si aparecieron, fue solo porque hubo incidentes. Creo que su presencia constante habría generado mucha más tensión. Una grabación siempre tiene un punto complicado que no se puede prever. Yo he visto cosas tan sorprendentes como tener que rescatar a cincuenta personas con una grúa porque un funcionario decidió abrir la exclusa de una presa e inundar un campo en el que estábamos filmando una secuencia.

Ahora ya ha transcurrido el tiempo suficiente para escribir este artículo. Ojalá al equipo se le haya pasado el susto y podamos contarlo a nuestros hijos como una aventura. Espero que volvamos a coincidir en otro rodaje más tranquilo. Nos lo merecemos.
 
Y, al fin y al cabo, Apocalipsis now fue mucho peor.
 
Un abrazo a todos y muchas gracias.
 
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El equipo de rodaje al completo en el barrio de El Puche.

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